Mervyn King ejercició de gobernador del histórico Banco de Inglaterra en el convulso periodo de 2003-2013. Como otros banqueros centrales y altos dirigentes públicos durante los años previos y durante la Gran Crisis Financiera (como Greenspan, Bernanke o Geithner), aprovecho su privilegiada atalaya para luego compartir observaciones y mensajes sobre la fuerte crisis de 2008 sus causas y consecuencias. En 2016 Deusto sacó el libro en español -cuya lectura aprovecho para recomendar-, y su editor Roger Domingo, aprovechando que ya había leído el libro en inglés (por recomendación del maestro y amigo Lorenzo Bernaldo de Quirós, que firma un interesantísimo prólogo), tuvo la gentileza de confiarme el epilógo. Un texto que quería incluir algunos mensajes atemporales sobre la mayor crisis financiera que ha vivido nuestra generación y que, como ya pasó con la crisis del 29, no siempre se aborda su diagnóstico y causas últimas con la debida solvencia. No hace falta añadir, que pese a las hondas consecuencias de la crisis de 2008, seguimos presos de las mismas malas ideas que entonces.
Epílogo a El fin de la Alquimia
La gran virtud de este libro, del que tengo el honor de escribir unas breves líneas a modo de epílogo, es que se trata de un libro sobre ideas. El texto no es una crónica de cómo el autor contribuyó a salvar el mundo —como suele suceder en las obras de este perfil—, sino que es una reflexión profunda, enriquecida con su dilatada y rica experiencia, sobre las causas últimas de la grave crisis financiera que tan importantes cambios y consecuencias han supuesto en el escenario económico global. De hecho, no se trata de un libro sobre la crisis propiamente dicha, sino de una obra sobre la banca y el dinero que se sirve de la crisis como hilo conductor. A diferencia de otras obras del mismo género, Mervyn King realiza un esfuerzo por profundizar en las causas últimas de la patología bancaria superando la tentación de meramente realizar un análisis epidérmico de los síntomas, como ha sido la tónica en otros libros (con las excepciones de rigor que se quieran poner). En este sentido, el autor no rehúye el planteamiento de ninguna de las cuestiones que resultan claves para dar con las causas últimas, de los porqués del comportamiento disfuncional generalizado por parte del sistema financiero que desembocó en la grave crisis de 2008.
El tono ligeramente disonante del que fuese gobernador del Banco de Inglaterra entre 2003 y 2013 sirve para evidenciar algunas de las diferencias con respecto al diagnóstico que ha dominado la corriente mayoritaria, siendo este más completo y amplio a la hora de abordar las diferentes cuestiones. A día de hoy, seguimos sin contar con un consenso claro y mayoritario sobre cuáles fueron las causas de la última crisis. King, por ejemplo, se desmarca de las tesis defendidas por otros protagonistas preeminentes de la crisis que se han lanzado a escribir su visión con respecto a la crisis, como Ben Bernanke, o también Hank Paulson y Tim Geithner, y lo hace al remarcar en su análisis la importancia de los propios bancos centrales, así como de otros elementos de la arquitectura del sistema financiero. Así, entre las causas fundamentales de la crisis, señala la de alimentar la «búsqueda desaforada de retorno» a toda costa por parte de las entidades financieras a fin de compensar de este modo las caídas en la rentabilidad derivadas de las políticas de crédito artificialmente barato por parte de los mismos bancos centrales. Fueron estas políticas, señala el autor, las que en última instancia favorecieron un escenario de exagerada confianza generalizada en los mercados, lo cual dio lugar, entre otras cosas, a un crecimiento desaforado de los balances y a una acumulación excesiva de riesgos en el sistema. El autor de El fin de la alquimia señala acertadamente cómo este comportamiento hunde sus raíces en la asimetría entre ganancias y pérdidas con la que operan los bancos, y en que, de haber pérdidas, estas están cubiertas en última instancia y de forma tácita por el contribuyente. Todo esto deriva en un perverso sistema de incentivos que favorece un comportamiento disfuncional en las entidades. Y estos incentivos y asimetrías, como advierte el autor, aún siguen vigentes, y no han sido corregidos, lo cual no hace descartable que el conjunto del sistema financiero no vuelva a ser foco de problemas e inestabilidad en un futuro.
La gran conclusión de este libro, que quién esto escribe comparte plenamente, es que, en última instancia, la crisis económica ha sido consecuencia de una falla de ideas, de una equivocada comprensión de cómo funciona la economía realmente. Por eso, no es de extrañar que la crisis financiera haya reavivado, más mucho que poco, el debate intelectual con respecto a la propia ciencia económica. Se trata de un debate demasiadas veces encorsetado y restringido al terreno de juego que establece el sanedrín académico neoclásico, sobre todo por lo que respecta a las grandes tribunas de pensamiento y al grueso de los responsables políticos. Suelen ser únicamente unas pocas voces sueltas, ajenas a las círculos de poder académico y a los altos cargos, las que, como versos sueltos, cuestionan los dogmas, siendo de inmediato categorizadas como heterodoxas por ello. Es bueno entender esto para poner en valor este tono disonante de King, un peso pesado dentro del establishment financiero y académico mundial, que pone una interesante nota de color al demasiadas veces monocromo debate académico de la mainstream, en el que las diferencias son siempre de matiz, nunca de grado. Resulta meritorio, por ejemplo, que King aborde con claridad el tema, por otro lado crítico y fundamental, de la protección de los depósitos, o bien la cuestión del mismo sistema de reserva fraccionada, elementos ausentes en la ecuación de análisis para el grueso de los economistas y que, sin embargo, resultan piezas imprescindibles si queremos realmente alumbrar un sistema bancario y monetario que favorezca un comportamiento racional por parte de los bancos y permita a las economías crecer de forma sostenible y no de forma burbujeante como hasta ahora.
Se trata de un mensaje con toques contrarian, o inconformistas, del cual tuvimos algunas muestras en ciertas voces en los compases iniciales de la crisis; pero, poco a poco, estas voces fueron quedando ahogadas por lo que fue configurando la sabiduría convencional con respecto a la crisis económica. Ahí esta la hemeroteca para quién quiera consultar las voces que alertaron de algunos elementos equivocados en el diagnóstico que hizo Washington en los inicios de la crisis, como Jean-Claude Tritchet, muy escéptico con respecto al diagnóstico de la situación de 2009 elaborado por la Reserva Federal, que dio pie a los programas de compra de bonos que ahora tantas dudas despiertan entre amplias capas de analistas e inversores; o Wolfgang Schäuble, el actual ministro de Finanzas alemán; o Axel Webber, antiguo gobernador del Bundesbank. Pese a todo, las tesis de Bernanke y compañía, que podemos resumir como «crisis de liquidez, cíclica, debida a fallos de mercado por falta de regulación», se acabaron imponiendo a la visión más europea de la misma: «Crisis de solvencia, estructural, cuyo origen se sitúa en las políticas de dinero fácil por parte de los bancos centrales que alimentaron la burbuja especulativa y el crecimiento de la deuda». Al final, con matices, Europa ha ido siguiendo el plan anticrisis diseñado por Washington. El libro de King, aunque por momentos ecléctico y en el cual el autor navega con mucha habilidad por ambas orillas, pone en valor muchos de los aspectos que configuraron en un inicio lo fundamental del diagnóstico europeo al proporcionar una visión crítica de la salida en falso que ha supuesto, en muchos aspectos, el grueso de las medidas monetarias ultraexpansivas adoptadas hasta ahora.
En la base de esta divergencia de visiones subyacen distintas maneras de entender como funciona la economía: una más matemática, optimizadora y equilibrista; la otra más humanista, dinámica y articulada alrededor de la acción humana. Ideas falsas dan lugar a diagnósticos equivocados, y estos, a políticas económicas que, lejos de arreglar los problemas de raíz, meramente alivian síntomas generando nuevas distorsiones y nuevos problemas (sin solucionar los viejos), y que, en el mejor de los casos, únicamente generan una prosperidad ilusoria consolidando este escenario de economía burbujeante y de expectativas limitadas al que parece que poco a poco nos hemos ido resignando. El debate sobre el método, es decir de que manera verificamos teorías y extraemos conclusiones, no es nuevo: David Hume ya planteo de forma célebre el problema de inducción a mediados del siglo XVIII, que luego fue reformulado por Popper en el siglo xx, y sofisticado de nuevo por Nassim Taleb en el siglo XXI. La crisis ha subrayado la importancia del mismo, ya que, en buena medida, de ello depende que sepamos dar con un diagnóstico acertado y con remedios acordes a los males que lastran la confianza y limitan el crecimiento.
Con independencia de las discrepancias que inevitablemente podrán suscitar a ciertos lectores algunos de los postulados de King, como le ha sucedido al lector que esto escribe —bienvenidos sean los discrepantes si vienen con argumentos—, el libro constituye una contribución de primer orden y de gran valor a la espinosa y difícil cuestión de cómo ordenar la banca y el sistema monetario en el siglo XXI.
Cuadro: “Tangier Frontline”, Xavier Rodés i Torras
Edición en español agotada, imposible conseguirla. Extraña política de no reimprimir libros actuales. Habrá que acudir a la edición en inglés.
gracias!